Conversaciones con la Diáspora. -Nathaly Vargas
por Carolin Guerra, para Diaspora & Development Foundation, EE.UU.
Tampa, Florida -Estados Unidos
La diáspora dominicana tiene cara de mujer. Así lo dicen las cifras y así lo confirman historias como estas. Una incansable travesía de ilusión, sacrificio y perseverancia acompaña como carta de ruta a aquellas destinadas a asegurar los sueños de los demás.
Corría un 31 de diciembre del año 1991, cuando en la Ciudad de Valverde, Mao nació Nathaly Vargas González, pero pasaría los subsiguientes 7 años en Villa Isabela, Puerto Plata, siendo la mayor de tres hermanos: Juan Arturo y Natalia. Posteriormente, junto a sus Padres Eddy González y Elizabeth Ademán, se mudan a la ciudad de Santo Domingo, lugar donde apenas viven 2 años, debido al fatídico fallecimiento de Eddy, su padre. -Sobre la disparidad de los apellidos, eso se aclarará más adelante, cuando la fortuna del corazón se encuentra con la necesidad del compromiso.
Desconcertada, mas llena de resiliencia, Elizabeth, la joven madre, logra detectar una nueva ilusión, y parte a trabajar a las Islas Vírgenes, en busca del sueño original de mejoramiento económico para la familia González Ademán. Y es así como con apenas 10 años de edad, Nathaly y sus hermanos quedan al cuidado de sus abuelos maternos, Ramona Ademan y Juan Cruz, en Villa Isabela.
Y con ese prefacio inicia el recuento de la primera de lo que serán mis Conversaciones con la Diáspora.
Me cuenta Nathaly que, desde niña su abuela Ramona le inculcó el amor por la agricultura. “Carolin”, me dice, “desde pequeña me involucré en el cultivo de la tierra. Siempre me ha interesado la cosecha, los conucos.” Por lo que me cuenta de esos años, noto que fue una niña inquieta y llena de ocurrencias. La mayor de los niños González Ademán, siempre ha sido un ser interesado en aprender cosas nuevas. Desde manejar una motocicleta, aprender un nuevo idioma o formarse en varios instrumentos, podemos decir que Nathaly se perfila como un ser curioso.
Cada verano trae una nueva brisa para las familias que esperan por aquellos que emigraron. Y para el inicio de la adolescencia Nathaly, con el consentimiento de su madre, la corriente de viento trae resignación y reconocimiento. Luego de estar tres años viviendo con sus abuelos, la tía de Nathaly, Nereida González, hermana de su padre, junto a su esposo, José Vargas, quienes vivían en Estados Unidos, deciden adoptarla junto a sus hermanos. Con apenas 13 años, ya ha tenido tres sets de padres. Todos amados y dispuestos a darlo todo por ella y sus hermanos. Además de sus tíos sentir una responsabilidad hacia ellos, también de parte de ella había un gran cariño. Tanto así, que me comenta, “siempre fui apegada a ella, desde que tengo uso de razón. Era tal, que mis padres decían que quería más a mi tía Nereida que a ellos mismos.”
Nathaly me expresa como recibió la noticia de su adopción, “sentí que Dios me había concedido la petición de mi corazón, ya que mi tía es como una madre para mí.”
Para sus 16 años, culmina el proceso y salen sus ‘papeles’. Parte hacia Brooklyn, New York en el verano del 2008. Me explica Nathaly que el proceso de llegar a Estados Unidos fue bonito, pues su familia la esperaba con mucha alegría y a eso le suma que ella “venia con un montón de sueños. Lo único traumatizante cuando llegue, fue la escuela, pues me pusieron en un grado escolar menor al que estaba en República Dominicana por mi nivel de inglés”, me comenta. En Brooklyn solo vive un año, y luego la familia se muda a Allentown, Pennsylvania. Nathaly me cuenta que aquí recibe un aliento, pues la regresan al nivel de grado escolar que le correspondía.
Durante décadas, ha existido en las grandes naciones, una política pública de atrasar un año de grado escolar a los niños inmigrantes, con la justificación de que debido a la evidente deficiencia de poder comunicarse en el nuevo idioma. Una política insólita y obsoleta que aun sigue impactando emocional e intelectualmente a los niños inmigrantes del mundo.
A Nathaly desde muy joven le ha gustado trabajar. A los 17 años trabajaba en un McDonald’s (el famoso establecimiento de hamburguesas y comida rápida) los fines de semana. Ya graduada de bachiller, inicia a tiempo completo en unos almacenes en Pennsylvania, pero lo hace sin dejar los estudios. La curiosa e inquieta maeña de Villa Isabela soñó una vez con ser odontóloga, motivación que luego descartó por ser una carrera que podría impactar el presupuesto de su familia. Y al llegar a Estados Unidos, su interés se inclinó a ser piloto de avión, lo cual no encontraría facilidad, visto las tantas exigencias. “Carolin”, me dice, “luego del suceso de las torres gemelas, no era lo mismo el aplicar para ser piloto, así que opté por lo que consideré en ese momento ser lo más oportuno. Decidí ser bioanalista.” Mas fiel a lo que sentía en su corazón y no solo motivada por ganar dinero, se da cuenta que esa nunca podrá ser su pasión. No es a lo que quiere dedicarse el resto de su vida.
La diáspora dominicana tiene cara de mujer. Así lo dicen las cifras y así lo confirman historias como estas. Una incansable travesía de ilusión, sacrificio y perseverancia acompaña como carta de ruta a aquellas destinadas a asegurar los sueños de los demás.
Toda primera década de un inmigrante en el extranjero, siempre será interrumpida por dos cosas; una: la frustración al aceptar que las expectativas estaban muy por encima de las posibilidades; y dos: la infortuna llamada desde la nación de origen. Ambas conducen a un retorno.
A Nathaly Vargas, la curiosa e inquieta maeña de Villa Isabela que naciera con los apellidos González Ademán, recibe la llamada en el 2014, que le informa que su abuelo materno, Juan Cruz, ha muerto. Aquel que la crio en momentos de incertidumbre luego de la pérdida de su padre. Nathaly viaja a la isla y dura 5 meses en duelo. La realidad de la pérdida le marca hasta el punto de que inicia un mayor acercamiento hacia Jehová. “Le entregué mi vida a Cristo, y empecé a conocer al Señor de otra manera”, me cuenta con una voz serena y llena de alegría.
Ya de regreso a los Estados Unidos, como una joven independiente trabajando como taxista en New York, Nathaly pareciera estar atrapada como todo inmigrante, entre la cotidianidad y la incertidumbre. Pero nos cuenta que, “fue unos de los trabajos que más he disfrutado. Mira, un taxista es un psicólogo ambulante, guía espiritual, y consejero. Esos cuatro años de trabajo fue una de mis mayores experiencias de vida. Fue muy edificante el conocer tantas culturas e historias.” Nos relata que utilizó la plataforma para hablarle de Cristo a cada pasajero que transportaba. Dios siempre me protegía en cada momento y jornada, siempre me sentí bajo sus alas”, así me describe ella su experiencia.
Siendo Taxista entiende que tiene pasión por conducir vehículos. Su sueño original de ser piloto de avión seguía dentro de ella, y entre risas me dice, “en ese momento no era piloto de avión, era piloto de carros.” Algo a lo que nunca se adaptó fue al clima frio de New York, siempre extrañó el calor de su tierra. “Carolin, yo siempre tenía el leve deseo de regresar a Villa Isabela, porque no me adapté nunca al frio. En verano todo muy chulo, claro, un verano en Nueba Yol, me encanta, pero la época del frio nunca ha sido lo mío.”
Para la primavera del 2018, en un viaje a la Florida, le cambia todo; pues no podía creer que había dejado un frio en Brooklyn y el clima donde había llegado era totalmente diferente. “Carolin, mira eso fue amor a primera vista, aquí está el calor de mi tierra.” Además, que con la ayuda de su primo Franklin pudo conseguir un trabajo donde juntaría sus dos amores, la agricultura y conducir vehículos. Se organiza y se muda a la ciudad de Belle Glade a manejar un tractor que transporta caña a vagones de un tren. Un compromiso de nueve meses que le cede tres meses de vacaciones, lo cual le posibilita ir a su amada isla.
Nathaly es una joven emprendedora, amante del trabajo y soñadora incansable, que siempre anda en busca de una próxima aventura, siguiendo lo que dicta su alma. Y la cercanía del trabajo con la caña, la motiva a tomar esos meses libre en Villa Isabela, para emprender durante sus vacaciones la siembra de plátano.
En busca de nuevas oportunidades, decide que quiere manejar camiones de 53 pies. Es decir, patanas. Nathaly descubre que el mundo de los camioneros ya no es exclusivamente masculino. Para el año post pandémico del 2021 los latinos son el 18.6% y las mujeres apenas representaban el 8.37% de los choferes de estos magnos remolcadores de contenedores. Nathaly me cuenta que, “ya sentía que requería un cambio. Carolin, quería mayores oportunidades y ahora quería manejar camiones grandes.” Es un trabajo de mucha responsabilidad, me cuenta, pero que lo disfruta. “Me gusta la carretera, es un don que Dios me ha dado. Manejar se me hace fácil. Me visualizo en esta industria, quien sabe hasta con mi propia compañía”, me comenta con gozo.
Además de trabajar, a ella gusta de devolverle a la comunidad, sobre todo a niños y jóvenes. Periódicamente regala juguetes, hace excursiones, y actividades, donde predica el evangelio, e inculca a los jóvenes la importancia el trabajo digno. Un mensaje que ella comparte es: “Lo más importante es poner a Dios primero y poner tus planes en sus manos. Porque él te guía y te da la fuerza para seguir adelante. Sobre todo, en este país, que son muchas las veces que dan deseos de rendirte y devolverse a República Dominicana. Pero él te da la sabiduría y la fuerza para seguir adelante.”
En la Florida se siente como en casa. Sin embargo, le pregunto que, si pensaba en regresar a República Dominicana, y con una sonrisa me respondió “pero claro que volvería a mi pueblo, siempre y cuando sea la voluntad de Dios. Y si él quiere que me quede aquí, también lo haría.” Es admirable observar cómo Nathaly, viviendo en Estados Unidos, siempre busca la manera de compartir con su gente como si estuviera en su amada Villa Isabela. Es hermoso ver como en su hogar ella convoca a los familiares y amigos que viven en la misma ciudad o Estado, para compartir una mano de domino, o jugar pelota en el patio, así como compartir unas buenas habichuelas con dulce. Ella sigue creando un ambiente de familia, como sus abuelos y tíos antes que ella. Un hogar lejos pero parecido a casa. Pues es lo único que le queda a todo aquel que asume la incansable travesía de ilusión, sacrificio y perseverancia que viene adscrita a la carta de ruta del conductor de sus destinos.