Por Félix Caraballo.
El Himno Nacional de la República Dominicana es una de las expresiones más sublimes de nuestra identidad, un canto sagrado que recoge en sus notas y versos el espíritu de libertad, valentía y dignidad que heredamos de los Padres de la Patria.
Alterar su letra o su música no es un acto inocente ni un simple ejercicio de creatividad: es una afrenta directa a la memoria histórica, a la soberanía cultural y a la cohesión de nuestro pueblo. Este tipo de acciones, realizadas bajo pretexto de visibilidad o reivindicación particular, traspasan los límites de la libertad de expresión para convertirse en una violación flagrante de la Constitución, específicamente del artículo 33, y de la Ley 210-19 sobre el correcto uso de los símbolos patrios.
Recientemente, la nación ha sido testigo de un hecho vergonzoso y deplorable: la manipulación irrespetuosa por «enemigos de la Patria», de nuestro Himno bajo un título que tergiversa su esencia y lo somete a intereses sectoriales ajenos al bien común.
Los símbolos nacionales —la bandera, el escudo, el himno y el lema— son patrimonio de todos los dominicanos. Como bien señalan los juristas y pensadores, su permanencia, estabilidad e intangibilidad son esenciales para que generaciones enteras encuentren en ellos un punto de unión, orgullo y sentido de pertenencia. No son propiedad de un grupo, ideología o partido político: pertenecen a la nación entera y deben permanecer libres de cualquier manipulación particularizante.
Por ello, resulta no solo legítima sino necesaria la acción anunciada por el Instituto Duartiano, en la persona de su presidente el Wilson Gómez Ramírez, para que este agravio sea llevado ante la justicia y se obtenga una sanción ejemplar.
No se trata de intolerancia, sino de la defensa del núcleo simbólico que nos une como nación libre, independiente y soberana, que rinde tributo a los padres de la nacionalidad que con tanto sacrificio y seriedad lucharon para el bienestar de nuestro pueblo.
El pueblo dominicano, heredero de una gesta independentista sin parangón en el Caribe, no puede ni debe permanecer indiferente ante intentos de trivializar o distorsionar aquello que representa lo más puro de su identidad. La defensa de nuestros símbolos patrios es, en esencia, la defensa de la patria misma. Debemos poner el ejemplo.



