Por Félix Caraballo.
En la actualidad, muchas iglesias han puesto gran parte de sus energías en eventos multitudinarios, estructuras visibles y campañas de gran impacto, pero han descuidado tareas esenciales como la educación bíblica, el discipulado y el compromiso social transformador.
En una entrevista concedida en mayo de 2024, el investigador George Barna afirmó que, en gran parte de las congregaciones modernas, el éxito eclesial continúa evaluándose por el número de asistentes y la cantidad de recursos recaudados, en lugar de por la verdadera transformación espiritual de las personas.
El resultado es una Iglesia influenciada más por los medios que influyente en la cultura. Las familias dedican menos tiempo al crecimiento espiritual de sus hijos, y los nuevos líderes emergen sin formación bíblica sólida. Urge volver al modelo de Jesús: no administrar instituciones, sino formar personas.
La Iglesia necesita menos espectáculo y más profundidad; menos emoción pasajera y más convicción duradera. El discipulado no es opcional: es el corazón mismo del Evangelio.
Muchos confunden el hacer con el ser, olvidando que liderar con el ejemplo no es estrategia, sino convicción. Jesús no solo enseñó con palabras, sino que lavó los pies de sus discípulos (Jn 13:14–15), demostrando que el verdadero liderazgo nace del servicio humilde.
Cuando los líderes viven lo que predican, fortalecen su credibilidad, promueven unidad y forman discípulos auténticos que inspiran a otros. Pero cuando la Iglesia centra su energía en conciertos, congresos y cruzadas que apelan a la emoción, el fervor suele agotarse al cerrar las puertas del evento. La experiencia espiritual se vuelve episódica, desconectada del proceso continuo de formación y servicio.
El profesor Barna advierte en su intervención que muchas congregaciones hoy están más enfocadas en administrar programas que en acompañar vidas. Todo esto en contraposición al modelo de Jesús, que produjo en cambio, invirtió tiempo en las personas, caminó con ellas, les enseñó, las corrigió y las amó.
De ahí que el discipulado requiera paciencia, cercanía y compromiso. Sin formación, no hay fundamento; sin fundamento, no hay resistencia; y sin resistencia, no hay impacto social real.
¿Qué necesita la Iglesia del siglo XXI?
La iglesia del siglo XXI , necesita volver al discipulado: invertir en educación bíblica, escuelas dominicales, grupos de estudio y espacios de reflexión que fortalezcan la fe.
Repensar la estructura eclesial: reconocer que títulos, edificios y programas no son el corazón del Evangelio y recuperar nuestra vocación educativa: comprometerse con la transformación social desde la fidelidad y no desde la espectacularidad.
Aunque, el activismo cristiano no debe desaparecer, pero sí redirigirse. Cada evento debe ser puerta al discipulado; cada campaña, una oportunidad para enseñar; cada estructura, un espacio para formar.
El verdadero desafío es construir personas, no plataformas; formar discípulos, no consumidores religiosos; ser luz en la cultura, no un reflejo de ella. En definitiva, el discipulado es el camino de regreso a la esencia. Solo una Iglesia que forme vidas y viva lo que predica podrá dejar un legado duradero y ser, de verdad, sal y luz en medio del mundo.


